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A veces la escasa confianza en las posibilidades de uno es una serie cortapisa a la hora de alcanzar metas anheladas. La autoconfianza es un sentimiento muy relacionado con la autoestima, aunque se tiende a confundir ambos términos. El primero de ellos se refiere a las posibilidades que nos otorgamos a la hora de triunfar en una determinada empresa, y en un determinado contexto. Por contra, la autoestima remite a una valoración más general de nuestro ser. De cómo nos vemos a nosotros mismos.

La confianza en uno mismo permite afrontar desafíos o proyectos sin miedo al fracaso. Y, si este llega, nos ayuda a afrontarlo en mejores condiciones. Se suele dar por bueno aquello de que los pensamientos negativos son los mayores enemigos del éxito y la felicidad: agarrotan nuestra iniciativa y nuestros sueños.

¿Cómo podemos revertir esta situación? ¿Cómo ganar en autoconfianza?

1.Recordar éxitos pasados. Sí, todos los tenemos, y a menudo quedan sepultados por los aspectos negativos. Es una fuente de estímulo para conseguir éxitos en el futuro.

2.Aceptar también los fracasos. De lo bueno se aprende, pero sobre todo de lo malo, suelen decir. Quizá la sociedad en la que vivimos (en otras partes del mundo no es así) el fracaso está excesivamente penalizado. Esta sensación no debe atenazarnos. El método de ensayo y error ha dado grandes resultados a la humanidad. Nadie se acuerda de los errores de Edison o de multitud de inventores y emprendedores que se dieron de bruces un montón de veces.. y otras tantas se volvieron a levantar.

3. Aprender de los mejores. no es un signo de debilidad. Es la manera de aprender de aquellos que han conseguido alcanzar grandes metas en sus respectivos campos (empresarial, deportivo, cultural…) Personas que resulten inspiradoras.

4.No te quedes parado. Actúa. Es la mejor palanca para conseguir confianza en uno mismo. No tengas miedo al ridículo, sobre todo en aquello que no tiene excesiva importancia. Es decir, en situaciones que no afectan a tu trabajo (bailar, hablar otro idioma, actuar).

5.Hablar en público y con desconocidos. Mucha gente siente pánico ante una audiencia que pueda juzgar nuestras actuaciones y palabras. No hay que tener miedo. Socializar con gente a la que no conocemos también da resultado. No es fácil, pero es de gran ayuda.

La sinceridad es, por definición, un rasgo positivo de nuestra personalidad. Remite a cualidades como la honradez, la transparencia… Pero no siempre es así. Es decir, no es que ser sincero represente un defecto en sí mismo, pero puede albergar muchos inconvenientes.

-Decir lo que pensamos puede resultar un hándicap en determinadas situaciones. Pensemos en un proceso de selección de personal para un trabajo. Es posible que un exceso de sinceridad pueda resultar contraproducente. Hay que tener en cuenta que muchas otras personas -que pueden ser rivales en este tipo de situaciones- no lo son, y pueden jugar con esa ventaja de no contar u opinar sobre todo a lo que la persona ‘sincera’ está dispuesta.

-Puede ser una fuente de insatisfacción. Es ingenuo pensar que, si nosotros mantenemos una actitud transparente y dotamos de sinceridad a nuestros actos y palabras, el resto ha de correspondernos por igual. Quizá debiera ser así, pero en demasiadas ocasiones no lo es.

-A veces la sinceridad puede rozar los límites de la mala educación. Debemos ser sinceros con aquellos que nos lo piden, o con los que creemos pueden encajar ‘deportivamente’ nuestras opiniones abiertas, francas. Pero uno no quiere que todo el mundo sea sincero con él. Porque sencillamente no se lo ha pedido. O no lo espera. Todo se puede resumir en una frase: “Sinceridad espero de las personas que valoro y aprecio. Al resto, sólo les pido educación y respeto”.

– Las mentiras piadosas pueden ser mucho mejores que las sinceras. Se trata, al fin y al cabo, no ya de mentir, sino en muchas ocasiones de ocultar la verdad o algunos detalles de la misma. Pensemos, por ejemplo, en las situaciones en las que debemos dar una mala noticia a una persona querida a la que podemos dejar destrozada (un accidente, la existencia de una enfermedad terminal…). En ocasiones es conveniente ‘maquillar’ esa verdad. O, como ejemplo, más trivial: si alguien nos pide opinión sobre qué nos parece su nuevo coche o -más comprometido aún- su renovado aspecto físico.

Lo suele decir el prestigioso psicólogo Rafael Santandreu: «para estar a gusto con uno mismo hay que decirse siempre la verdad, pero para estar bien con los demás, no».

Este mes de marzo, se celebra el día del padre, un día conmemorativo en el cual se festeja al padre de familia con la intención de honrar la paternidad y la influencia del hombre en la vida de sus hijos. El valor insustituible del padre en el desarrollo de sus hijos es hoy una realidad.

En los primeros años de nuestra vida se construye la autoimagen y la autoestima de ahí la importancia de la figura paterna en estos primeros años de vida.  Un padre no puede dar de amamantar pero aporta muchos valores y será un pilar fundamental en la crianza del niño.

Todo gesto, toda interacción deja una huella imborrable en el cerebro infantil y es ahí donde reside la capacidad de dejar un impacto positivo en los hijos.

El lenguaje es uno de los componentes que van a ayudar en el desarrollo del niño. Es una voz distinta a la de la madre, un nuevo tono de voz, una nueva forma de gestualizar que amplía el universo de comunicación del niño.

Los padres son además una fuente de inspiración para los niños. Les abren nuevos mundos donde sentirse competentes y poder autodescubrirse. Son además el primer referente masculino.

Los niños necesitan sentirse reconocidos. El reconocimiento paterno supone un refuerzo, una mirada atenta y llena de afecto para crecer en la autoestima del niño

Resulta fundamental que el padre ocupe su lugar como educador y no se quede al margen. La participación, el pasar tiempo juntos, realizar descubrimientos juntos favorece el desarrollo del niño.

En definitiva, todo cuanto un padre diga o no diga, haga o no haga, pase más o menos tiempo con sus hijos irá creando una huella en la autoestima del niño y en propia valoración que éste tiene de sí mismo.

¿Qué es la dislexia?

La dislexia es un trastorno relacionado con el aprendizaje y la relación entre lectura y escritura. En si no representa ningún otro problema psíquico mas allá de la dificultad para recordar cierta información que se adquiere a través de la lectura. Los mayores problemas que se encuentran los niños disléxicos, es que el sistema educativo está basado en la lectura y escritura, justamente en lo que ellos tienen dificultades. A menudo el cansancio que provoca en el niño tratar de memorizar contenidos para los que no está capacitado, da como resultado desilusión y distracción, lo que provoca en los adultos la sensación de que es un niño vago.

 

¿Cómo detecto la dislexia?

Estos son algunos de los signos que deben hacer que encendamos las alarmas. Si el niño pronuncia con frecuencia mal ciertas palabras, si parece que le cuesta lanzarse a hablar y va con retraso en el lenguaje con respecto a sus compañeros. Si se equivoca con frecuencia a la hora de reconocer objetos que se le piden, por ejemplo se le pide un tenedor y nos entrega un cuchillo. Si le pide una serie de cosas y solo hace las primeras, es posible que tenga problemas para retener todo el conjunto de peticiones que ha recibido.

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¿Qué hago sí creo que mi hijo/a lo padece?

Conocer bien los síntomas, hablar con el médico para que nos confirme si puede ser que lo padezca, hablar con el colegio para saber que ocurre en clase, vigilar en casa para ver su evolución, si resulta positivo acudir a un especialista y armarnos de paciencia para poder ayudar a nuestro hijo. Es muy importante que se sientan apoyados y comprendidos más que juzgados y examinados.